La frazada corta argentina

La historia de la Argentina está quebrada por constantes stops and go. Pare y siga que siempre articularon lo económico con lo político. Cuando la distribución del ingreso iba del campo a la industria, cuando crecía el trabajo y los sindicatos se hacían fuertes para pelear mejoras y derechos, cuando una porción de la población bien ubicada y contactada se creía mejor y no igual, sectores concentrados del poder económico y político apoyaron golpes de Estado en la Argentina, con el propósito de configurar un disciplinamiento social de la mano de un esquema de acumulación orientado a las finanzas y/o los servicios, y al consumo de bienes de afuera (importación) cosa que reducía el empleo y la producción local. ¡Vaya forma de resolver un problema!

Es cierto que en esta época no existe la salida militar como alternativa, el blindaje latinoamericano en parte se refiere a esto: no se puede hacer un golpe de Estado sin tensionar las relaciones con los países de la región. A lo anterior es preciso sumarle el crecimiento democrático de las sociedades, que después del dolor causado por las dictaduras desaparecedoras en sus países no están dispuestas a apoyar, o callar, ante esas opciones.

Si para 2012 se vislumbran algunos cuellos de botella, no es lo mismo tironear de cualquier punta para resolverlos. Intentemos hacer un resumen de los problemas que podría vivir la Argentina es un contexto internacional como el actual.

Existe una diferencia con los noventa, ahora el Estado se sabe presente, y actúa para equilibrar las fuerzas sociales en pugna; el Estado no es neutral, nunca lo es, y en esta época histórica se concibe como un factor de bienestar social en favor de la inclusión social y la igualdad social.



En una economía cerrada, el tipo de cambio no importa, porque no se requiere pasar de una moneda a otra. Pero si la abrimos es preciso que sepamos cuánta moneda local corresponde con cuánta moneda de afuera, sino las transacciones serían imposibles.


Ahí se empieza a complicar un poco  la cosa.


Un país como la Argentina que vende históricamente materia prima, o commodities, tiene como reflejo de ese comercio una presión sobre los precios internos. Porque los empresarios o los comerciantes quieren vender al máximo precio posible sus productos, y si el precio de afuera es más caro, lo que vendan dentro querrán venderlo a ese precio (salvo que tengan un excedente que no puedan colocar afuera, por ejemplo durante una crisis).


Así la tensión a los precios es permanente. Las presiones siempre son al equilibrio: equilibrio de precios, equilibrio de tipos de cambios (cuánto más vendo afuera más se aprecia la moneda local por el ingreso de divisas, ver enfermedad holandesa). Pero por suerte el Estado puede, y debe intervenir, de distintas formas.


Una economía que crece tiene tantos problemas como una economía que está en recesión: porque siempre hay una puja por ganar o perder dentro del escenario. Es verdad que nuestro país no está acostumbrado a actores que busquen el crecimiento general primero como forma de ganar más después, directamente salen a ganar aunque tengan que pisar cabezas. Bueno, eso tradicionalmente. La Argentina está cambiando la historia y es algo muy interesante.

El superávit de cuenta corriente fue (y es) uno de los pilares de un modelo que se perfeccionó desde 2003 hasta ahora, lo cual estabilizó el balance de pagos y benefició a la Argentina por el ingreso de divisas.

En la actualidad la Argentina está asistiendo a los problemas generados por sus debilidades: trabajo informal del 35% (mejor que nunca pero aún alto), sistema productivo primarizado (más industrializado que nunca, con una participación de las MOI en las expo que superan a las MOA, pero aún insuficiente), recuperación del tejido productivo destruído durante los noventa (aunque la densidad de la red productivo se viene reestableciendo), concentración, redistribución inequitativa, esquema de precios relativos históricamente a favor de los servicios, un aparto del Estado sin perfeccionar integralmente en función de la inclusión y del bienestar de todos sus trabajadores, etc, etc.

Problemas que en el contexto de crisis internacional son sintomáticos. Por eso tiene sentido hablar de "sintonía fina": para que una devaluación del tipo de cambio no presione a la suba a los precios y agreda el poder adquisitivo del salario conquistado por los trabajadores, para que los empresarios dejen de pensar a la Argentina como una nación donde el 20% de rentabilidad es posible en detrimento de los sectores vulnerables, para que los trabajadores organizados no se aprovechen del aumento del empleo a tal punto de infartar a los empleadores, para que los lazos sociales sean restablecidos y aporten a una vida con mayor solidaridad de parte de todos los sectores.

Marcelo Diamand, en La estructura productiva desiquilibrada argentina y el tipo de cambio, nos habla de este tema. Vamos con algunas citas de este autor... va a quedar un poco larguito el post... Pero nos gusta. Bueno, me gusta, ¿sí?

  • A partir de este momento se inicia un proceso de divergencias entre el crecimiento del sector industrial consumidor de divisas, que no contribuye a producirlas, y la provisión de estas divisas a cargo del sector agropecuario de crecimiento mucho más lento. Esta divergencia es responsable de la crisis de balanza de pagos en la Argentina y constituye el principal limitador de crecimiento del país. La expansión de la producción interna, cada vez que se produce, hace crecer las importaciones. Una vez que se agotan las reservas, el país se ve forzado a una devaluación.

  •  A menos que durante la afluencia de los créditos se produzca el incremento de la capacidad sustitutiva de importaciones o de la capacidad exportadora, el desarrollo industrial para el consumo interno que continúa gracias al respiro obtenido, incrementa aún más el consumo de divisas. 

  • Esta inflación, a la que denominamos cambiaría, no proviene del exceso de demanda con respecto a la oferta, sino que se origina a raíz de las devaluaciones a indirectamente, a raíz del desequilibrio en el sector externo. La elevación de. costos y precios causada por la devaluación provoca un complejo mecanismo de transferencia de ingresos a favor del sector agropecuario a costa de la reducción del salario real, y además, cuando la cantidad de dinero no aumenta en proporción a los costos, provoca iliquidez monetaria.

  • El desarrollo industrial de los países como la Argentina significa un abandono deliberado de ventajas comparativas, la creación de un desequilibrio dentro de la estructura productiva y la promoción del crecimiento industrial, o sea la promoción del crecimiento del sector de una productividad relativa menor. Conservar los instrumentos cambiarios diseñados precisamente para obstaculizar el camino que se está emprendiendo es un monumental contrasentido en el que caen la mayoría de los países exportadores primarios en proceso de industrialización (...) Es así que mientras la voluntad política impulsa hacia el desarrollo industrial, los instrumentos heredados de otras estructuras y mantenidos por tradición impulsan -sin que la sociedad se percate de ello -hacia la desindustrialización. La situación se parece al famoso tejido de Penélope, que avanzaba de día y se deshacía de noche.

  • Cualquiera que sea el esquema de salida [ajuste del tipo de cambio, promoción de inversiones, reindustrialización sectorial] tiene que existir un consenso a nivel  de los sectores dirigentes de que se está tomando una medida en la estructura real de productividades y no de un estímulo temporario otorgado de lástima a una industria ineficiente.

Dicho lo cual, como aproximación a un cierre, se podría pensar que por primera vez la Argentina está pensando su tipo de cambio en términos del conjunto social y el largo plazo, su relación con el mundo, no tanto por la competitividad con países atrasados en bienestar social (y poder adquisitivo), sino en la productividad gracias a las inversiones, en función del consumo interno y del bienestar social de los habitantes de la Argentina. Es así, que por primera vez asistiremos a posiciones nuevas de los sectores sociales, a demandas por momentos confusas. Como si la puja por el poder fuera una batalla cultural, entre lo que quiere mantenerse y lo que lucha por cambiar, que ocurre al interior de cada sector.


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